Este 2020, con su confinamiento incluido, hace que uno se replantee muchas cosas. Desde antes del verano ya uno asumía que no íbamos a poder disfrutar de San Antonio Abad en este 2021, y afortunados seremos si lo vemos en el 2022. Me dio por sentarme cada tarde en mi banco de madera para ver como se ocultaba el sol, y con la sola compañía del amigo que nunca me falló y de un paquete de Nobel. Y allí, entre acordes de nostalgia y melodías de recuerdos, era capaz de aislarme para volver al principio de todo y hacer ese recorrido durante años pasados para llegar a un futuro incipiente que se antojaba desolador. No sabía por aquel entonces que me iba a quedar tan corto.
Serían sobre las ocho y media cuando a aquel niño le encajaban aquella trenca que no te dejaba ni moverte. No era cuestión de que se cogiese un resfriado sentado en un banco de la iglesia un día de novena. Y al final acababas quedándote dormido casi al final de la novena, hasta que la coral, en la que cantaba mi padre, te acababa despertando con el himno del Santo. Luego, y tras el traslado, recuerdo como aquel niño se escondía tras el cristal de la antigua confitería, porque aquellos fuegos que se colocaban en el porche de la iglesia le daban mucho miedo.
Luego recuerdo aquellos años de parihuelas, de ratos de compañerismo con mi compadre Alberto de tirada en tirada, donde una gallina o un conejo era como ganar una champions. Gracias a Dios que esas cosas quedaron atrás. Lo de las gallinas y los conejos digo, porque sentirme el tío mas afortunado del mundo con una rosca del Santo en las manos no me lo quita nadie. Como también recuerdo aquellas noches frías, mientras no había tiradas, en las que soltábamos aquella parihuela en el garaje de la calle Palenque para irnos a ver como San Antonio Abad pasaba por esta o aquella calle. Y de repente, entre cigarro y cigarro, mi mente se iba a aquellas mañanas de sábado en la puerta de la ermita. Pocos, pero intensos. Manolo Pulido, el Yiyi... y todos aquellos al que un adolescente miraba como la viva imagen de un sentimiento que cada vez iba cogiendo forma.
Pero llegó aquel momento en que decides dejar a un lado las noches del sábado, esos ratos de casa en casa de los amigos y probar que era aquello de caminar junto a el. Llegaron las mañanas de tercia, y el de echarse a marcar pasos y pasos, de meter el hombro durante horas, de doblar esquinas, de ver como el agua te entra por la cabeza y te sale por los pies en años de agua, y de vivir momentos y momentos que de otra manera nunca hubiese vivido. Fue entonces cuando me dí cuenta de que junto a el encontré el bálsamo que siempre había buscado desde que me quedaba dormido en un banco de la iglesia. Encontré el verdadero sentido de mi pasión: El. Quien se atreva a mantener su mirada sabrá de que hablo porque todo se detiene ante el.
Hoy me costó sentarme en aquel banco de madera. Desde hace veinte días la situación ha cambiado bastante y quisiera tener la capacidad de sacudir esos recuerdos. Me cuesta asimilar que ya no me volveré a sentar en la ventana junto aquellos dos ojos que miraban sorprendidos al cielo mientras los fuegos iluminaban la noche en la puerta de mi casa. Ahora vuelvo a tener aquellos recuerdos desde niño, vuelvo a contar en mi cabeza todos y cada uno de los pasos que doy a finales de enero y vuelvo a doblar todas aquellas esquinas. Pero solo veo imágenes. Solo escucho el mas absoluto silencio.
Cuando llegue el próximo sábado, la música sempiterna que salen del tamboril y la flauta del Raya o Manuel Escobar no va a sonar, ni sus campanillas al llegar al final de la calle Moguer tampoco. No habrá traslado, ni tercia, ni tiempo para cumplir aquello por lo que aquel niño te prometió hace tiempo. Ella, el, ellos no se lo merecen. Este puto sayón del Covid no me deja Antonio Abad. Lo único que me queda es seguir viendo esconderse el sol tarde tras tarde, hoy un poco mas solo, y pedirle a esa familia santera que tengo desde hace años que se siga acordando de mi el último domingo de toros. Porque como dice esa letrilla, soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie. Pero sobre todo Antonio Abad, solo te pido que nos sigas amparando a todo tu pueblo para que el año que viene o el otro, te podamos seguir viendo en cada puerta.
Llevo con esta entrada empezada en borrador desde principios de octubre. He borrado mil veces párrafos, frases, e incluso la totalidad de ella. Conseguía medio terminarla, pero me faltaba el título. A finales de año, cuando pude poner la radio en el coche, empezó a sonar la "el corazón partio" de Alejandro Sanz. Pues eso...
Cuidense y...¡¡¡ VIVA SAN ANTONIO ABAD !!!